top of page

Vertavillo:

el románico antes y después.

Hay restauraciones para todos los gustos, yo siempre he sido partidaria de no restaurar sobre lo existente (véase la pila de Moarves de Ojeda) sino de dejarlo como está o en su caso crear modelos paralelos. Está última opción la encontramos en la portada de Vertavillo, la protagonista de este románico al detalle.

 

Vacceos, romanos, visigodos y musulmanes dejaron su rastro en Vertavillo. Alfonso III El Magno lo repobló y fortificó, y a partir de ese momento son numerosas las veces en las que se cita a Vertavillo en la documentación “En la Estadística de la Diócesis Palentina de 1345 aparece incluso dentro del arciprestazgo de Cevico de la Torre que a su vez pertenecía al arcedianato del Cerrato […] En el Becerro de las Behetrías figura como behetría de Ruy González de Castañeda”. [1]

 

Nuestro interés recae en su templo bajo la advocación San Miguel. No son muchos los restos románicos que se conservan en una iglesia que ha sufrido numerosas transformaciones a lo largo de su extensa vida. Dos ventanales en el ábside, una portada cegada y la portada que a día de hoy sirve como acceso al templo.

Dicha puerta es un ejemplo perfecto del románico final, esta compuesta por cuatro arquivoltas entre las que destaca una de dientes de sierra. Se completa la portada con tres capiteles a cada lado siendo los del lado derecho una reproducción de los existentes en la parte izquierda.

El primer capitel está formado por dos arpías afrontadas. Recogidas de la mitología griega, su nombre de origen griego significa “rapaces”. Eran hijas de  Taumas y Electra. Virgilio en “La Eneida” las describe así: “Jamás hubo monstruos tan funestos ni plaga más cruel enviada por la ira divina de las aguas estigias. Es de muchacha el rostro de estas aves; su vientre evacua la inmundicia más hedionda. Tienen manos corvas y el hambre palidece continuamente su faz” [2]. Con esta misma forma y sentido, las arpías nos aparecen en el románico como seres que representan los vicios, la lujuria, las bajas pasiones provocadas por las obsesiones y el tormento que surge del arrepentimiento por haber cometido los más míseros pecados. En los bestiarios no se las menciona; las únicas referencias a las arpías las encontramos en clásicos griegos, como los de Homero y Virgilio, y en un texto anónimo del siglo VIII “El libro de los monstruos de diversas especies”. Animal traicionero, se decía que solamente el viento podía ahuyentarlas; este viento en el románico vendría a ser el “soplo del espíritu”; como animal tentador tenía cara de mujer y a esto se unía su cola de serpiente, que la convertían en el símbolo de la lujuria.

En el segundo capitel nos encontramos un hombre con la boca abierta que lleva sus manos a la cara y parece tener algo en sus piernas. Para algunos el hombre “se mesa la barba mientras hace una mueca”, para mí (que soy muy de pecados) el hombre, al lado de dos figuras mitológicas de connotaciones negativas, es una muestra del mal. No hay que olvidar que Leviatán es descrito como un enorme monstruo con la boca abierta, y como muy bien se expone en el "La imagen del mal en el románico navarro", “los estudiosos con respecto a la boca, dicen que los oradores, reyes, maestros, jueces…cualquiera que sea su actividad: discutir, hablar…nunca abren la boca. La comunicación oral se expresa por medio por medio de los gestos de la mano y filacterias; las crispaciones, abertura de la boca son desórdenes físicos y morales, que llevan a la muerte y condenación. Los pecadores son representados con una gran boca abierta, sean verdugos, calumniadores, traidores o incrédulos […]”. [3]

En el último capitel observamos un centauro acompañado de un dragón. El centauro fue tomado de la mitología griega; se considera que es una de las escasas creaciones de esta mitología, que tomará muchos préstamos de las antiguas religiones orientales. Los centauros eran hijos del rey Ixión y Hera, la cual para poder yacer con el rey tomó la forma de una nube. El centauro tiene cabeza y tronco humano, y cuerpo de caballo. Simboliza la fuerza bruta y la ira, tiene fuertes connotaciones negativas y se le considera un ser batallador, luchador, mezquino, existiendo como una excepción el mítico Quirón del que se nos habla en la Ilíada (libro XI, 832). Con sus aspectos negativos, el centauro pasará a formar parte del bestiario medieval; la fuerza bruta que simboliza le lleva a ser representando siempre portando armas, generalmente aparece con un arco. Pero el símbolo del centauro es muchas veces ambivalente como nos dice Xavier Musquera: “Puede llegar a representar al divino arquero, al Cristo Sagitario que persigue a las almas para su salvación. Así es como se convierte en signo benéfico y representante del bien, de Cristo, en cuyo caso sus flechas son dirigidas hacia animales de signo evidentemente negativo como por ejemplo las arpías. Es entonces cuando se invierten sus significados y cambia su polaridad por su lucha contra el pecado”. [4]

La reconstrucción de los capiteles nos permite recuperar formas perdidas y por unos minutos volver al momento de máximo esplendor de la portada. Es difícil conseguir una solución acertada, pero en mi opinión la falta de los capiteles del lado derecho se ha visto perfectamente superada. La comparación de un trabajo con otro también nos permite ver que la técnica de nuestros canteros románicos es inalcanzable por mucho que nos empeñemos en igualar su perfecto trabajo.  

 

[1] Enciclopedia del Románico. Fundación Santa María la Real del Patrimonio Histórico. Tomo I.

[2] Herrero Marcos, J, Bestiario románico. Cálamo, Palencia, 2010, p, 219.

[3] Aragonés Estella, E. La imagen del mal en el románico navarro. Gobierno de Navarra, 1996 p, 154

[4] Musquera, X, Ocultismo Medieval. Editorial Nowtilus. Barcelona, 2009, p. 321-322

bottom of page